CON LA VISITA A SANTA ISABEL *** LA VIRGEN MARÍA REALIZA EL PRELUDIO DE LA MISIÓN DE JESÚS

 


Con la visita a su prima Santa Isabel,  después de recibir el anuncio del Arcángel San  Gabriel sobre  su próxima maternidad, la Virgen María realiza el Preludio de la Misión de Jesucristo. Ésta es la conclusión a la que en su día llegaba el Papa San  Juan  Pablo II, al releer los testimonios basados  en hechos  históricos, narrados por San  Lucas en su Evangelio. Él se dio cuenta de que el viaje que Jesús realizó desde  Galilea a Judea, próxima ya su partida de este mundo, suponía la decisión del Señor de llevar a cabo la última parte de su Misión evangelizadora de los hombres. Él camina decidido hacía la Cruz cumpliendo el designio del Padre... Pues bien, el Pontífice se dio cuenta también, que de igual manera la Virgen  María se dispuso a realizar un viaje desde Galilea a Judea cuando llevaba ya en su seno a su divino Hijo.

Así expresaba el Papa san Juan Pablo II   sus pensamientos en este sentido (Audiencia General del miércoles 2 de octubre de 1996):

"San  Lucas parece invitar a ver en María la primera evangelizadora, que  difunde la Buena Nueva, comenzando los viajes misioneros del Hijo divino. La dirección del viaje de la Virgen Santísima es particularmente significativo: Será de Galilea a Judea, como el camino misionero de Jesús (Lc 9, 51).

En efecto, con su visita a Isabel, María realiza el Preludio de la Misión de Jesús y, colaborando ya desde el comienzo de su maternidad en la obra Redentora del Hijo, se transforma en el modelo de quienes en la Iglesia se ponen en camino para llevar la luz y la alegría de Cristo a los hombres de todos los lugares  y de todos los tiempos.

El encuentro con Isabel presenta rasgos de un gozoso acontecimiento salvifico, que supera el sentimiento espontáneo de la simpatía familiar. Mientras que la turbación  por la incredulidad parece reflejarse en el mutismo de Zacarias, María irrumpe  con la alegría de su fe pronta y disponible (Lc 1, 39-41):


<Por aquellos días, María se levantó y marchó deprisa a la montaña, a una ciudad de Juda(desde Galilea)/ Y entró en casa de Zacarias  y saludó a Isabel/ Y cuando oyó ñlm0 el saludo de María, el niño (San Juan Bautista) saltó en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu  Santo >

San Lucas refiere, en efecto, que cuando-oyó Isabel  el saludo- de María,  saltó  el niño en su seno. El saludo  de María suscita en el hijo de Isabel un salto de gozo: La entrada de Jesús  en la casa de Isabel, gracias a su Madre, transmite al futuro profeta que nacerá  la alegría  que  el Antiguo  Testamento  anuncia como signo de la presencia  del Mesías.

Ante el saludo de María,  también Isabel sintió  la alegría mesiánica y -quedó  llena del Espíritu  Santo-; y exclamando con gran voz, dijo (Lc 41-42): <Bendita tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre > "

Por otra parte, como también nos recuerda el Papa San  Juan  Pablo II la exclamación de Isabel, manifiesta un verdadero entusiasmo religioso, que la plegaria del Avemaria hace resonar en los labios de los creyentes. Por eso sigue diciendo el Pontífice (Ibid):

"Isabel proclamando -Bendita entre las mujeres- ( a su prima), indica la razón de la bienaventuranza de María  en su fe (Lc 1, 45): <Y dichosa la que creyó  que  tendrán  cumplimiento  las cosas que le han sido dichas de parte del Señor >

La grandeza y la alegría  de María  tienen origen en el hecho  de que ella es la que cree. Ante la excelencia de María,  Isabel  comprende  también  qué  honor constituye  para ella su visita (Lc 1, 43): <Y de donde a mí  esto que venga la Madre  de mi Señor a mí?>.

Con la expresión - mí  Señor - , Isabel  reconoce la dignidad  real, más  aún, mesiánica,  del Hijo de María. En efecto, en el Antiguo Testamento  esta expresión se usa para dirigirse al rey y hablar del rey Mesías (Sal 110, 1)... Isabel, con su exclamación  llena de admiración, nos invita a apreciar todo lo que la presencia  de la Virgen  trae como don a la vida de cada creyente.

En la Visitación, la Virgen  lleva a la madre del Bautista, el Cristo, que derrama el Espíritu  Santo. Las mismas palabras de Isabel expresan bien este papel de mediadora (Lc 1, 44):

<Porque he aquí que, como sonó la voz  de tu salutación en mis oídos, dio saltos de alborozo el niño en mi  seno/ Y dichosa  la que creyó (sigue diciendo  Isabel) que tendrá cumplimiento las cosas que le habían sido dichas...>

La intervención de María produce, junto con el don del Espíritu  Santo, como un preludio de Pentecostes, confirmando una cooperación  que, que habiendo empezado con la Encarnación,  está destinada a manifestarse en toda la obra de la salvación divina"

Por otra parte, la expresión  de Isabel <dichosa la que creyó >, parece una melancólica alusión a la incredulidad de Zacarias (cuando el Ángel le anunció  que su esposa le daría descendencia), y un delicado  elogio de la fe de María. Y es que María  no fue dichosa sólo por el cumplimiento de la Palabra  de Dios, sino probablemente  también por la fe con que ella la recibió,  como se pone de manifiesto en su respuesta a la alabanza  de Isabel (Lc 1, 46-55):

<Y dijo María: Engrandece mi alma al Señor/ y regocijo mi espíritu  en Dios, mi Salvador/ porque  puso sus ojos en la bajeza de su esclava/ Pues he aquí que desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones...>

Estas palabras  de la Virgen María dan paso a  un cántico que se ha dado en llamar el -Magníficat de la Virgen- una obra de amor maravillosa de la que el Papa Benedicto  XVI diría (Audiencia  General del 15 de febrero de 2006):

"Es un canto que revela con acierto la espiritualidad de los -anawim- bíblicos, es decir, de los fieles que se reconocían -pobres- no sólo por su alejamiento de cualquier tipo de idolatría de la riqueza y del poder, sino también por la profunda humildad de su corazón,  rechazando la tentación del orgullo abierto a la irrupción  de la gracia divina salvadora.

En efecto, todo el Magníficat está marcado por la <humildad>, en griego <tapeinosis>, que indica una situación de humildad y pobreza concreta...Así  pues, el alma de esta oración es la celebración  de la gracia divina, que ha irrumpido en el corazón  y en la existencia  de María,  convirtiéndola  en la Madre del Señor.

La estructura íntima del canto de la Virgen es la alabanza,  la acción  de gracias,  la alegría,  fruto de la gratitud. Pero este testimonio  personal  no es solitario e intimista, puramente  individualista, porque  la Virgen  Madre es consciente de que tiene una misión  que desempeñar en favor de la humanidad y que su historia  personal se inserta en la historia  de la salvación.

Así  puede decir del Dios Padre (Lc 1, 50): <Su misericordia llega a sus fieles de generación  en generación>. Con esta alabanza, la Virgen se hace portavoz de todas las criaturas redimidas, que, en su <fiat> y así  en la figura de Jesús  nacido de la Virgen,  encuentran la misericordia de Dios"

 




















































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