LA INMACULADA CONCEPCIÓN**** DE LA VIRGEN MARÍA
"Festejamos en este día el momento en que empezó a existir la Virgen bienaventurada, o mejor aún, el privilegio singular por el cual, desde el primer instante de su concepción, se vio, en virtud de los méritos de Cristo, libre de toda mancha de pecado original.
Destinada para ser la Madre de Dios hecho carne, María debía verse completamente inmune del dominio de la serpiente infernal, cuya cabeza había de aplastar, según la profecía del Génesis. Esta fiesta se nos presenta íntimamente relacionada con la de la Natividad de la Virgen; pero colocada en los umbrales del Adviento, aparece como la aurora del sol de la Noche de Navidad. Ya en el siglo IX se celebraba en los monasterios de Irlanda. Algo más tarde, los monjes benedictinos, discípulos de san Anselmo de Canterbury (siglo XI) y los franciscanos, capitaneados por Duns Scoto (1308), la extendieron por Inglaterra y el Continente.
Un Papa franciscano, Sixto IV, erigió en el Vaticano la capilla Sixtina en honor de la Inmaculada Concepción. Esto era el siglo XV. Desde dos siglos antes habían empezado a fundarse en España templos, gremios, cofradías, bajo la advocación de la Inmaculada.
Finalmente, el 8 de diciembre de 1854, Pio IX proclamó oficialmente el dogma de la Concepción Inmaculada de María, haciendo obligatoria en toda la Iglesia una bella Misa, que describe con gran poesía los divinos encantos de la Madre de Dios. Es este un día en el cual debemos regocijarnos con nuestra Madre, pidiendo por su intercesión nos veamos libres de nuestros pecados, y seamos favorecidos con las gracias que de una manera tan abundante derramó sobre ella Nuestro Señor" (Rmo. Fr. Justo Perez de Urbel ; 1964).
Todos los Papas y Padres de la Iglesia han sido grandes devotos de la Virgen María y en particular el Papa Juan Pablo II escribió hermosas plegarias para ensalzar sus dones. Entre ellas hemos elegido una que nos parecen muy adecuada para orar en este tiempo de Adviento y pedirle a la Virgen que interceda por los hombres ante Dios en estos tiempos de guerra.
"Establezco hostilidad entre ti y la mujer.../ ella te herirá en la cabeza" (Gén 3, 15).
Estas palabras pronunciadas por el Creador en el jardín del Edén, están presentes en la liturgia de la fiesta de hoy. Están presentes en la teología de la Inmaculada Concepción. Con ella Dios ha abrazado la historia del hombre en la tierra después del pecado original: *Hostilidad: lucha entre el bien y el mal, entre la gracia y el pecado*
Esta lucha colma la historia del hombre en la tierra, crece en la historia de los pueblos, de las naciones, de los sistemas y, finalmente, de toda la humanidad.
Esta lucha alcanza, en nuestra época, un nuevo nivel de tensión. La Inmaculada Concepción no te ha excluido de ella, sino que te ha enraizado aún más en ella. Tú, Madre de Dios, estás en medio de nuestra historia. Estás en medio de esta tensión. Venimos hoy, como todos los años, a Ti, Virgen de la Plaza de España, conscientes más que nunca de esa lucha y del combate que se desarrolla en las almas de los hombres, entre la gracia y el pecado, entre la fe y la indiferencia o incluso el rechazo de Dios.
Somos conscientes de estas luchas que perturban el mundo contemporáneo..."
Verdaderamente parece que estas palabras van dirigidas al mundo de hoy, instalado ya en un nuevo siglo. Pero no, él estaba dirigiendo su plegaria al mundo del siglo pasado (1984). Esto nos muestra que el hombre, como siempre, sigue cayendo en las mentiras de su mortal enemigo, el Ángel Caído. Por eso, San Juan Pablo II, seguía razonando así con su plegaria:
" Consciente de esta *hostilidad* que desde los orígenes te contrapone al tentador, a aquel que engaña al hombre desde el principio y es padre de la mentira, príncipe de las tinieblas y a la vez, el príncipe del mundo. Tú , que *aplastas la cabeza de la serpiente* , no permitas que cedamos.
No permitas que nos dejemos vencer por el mal, sino haz que nosotros mismos venzamos al mal con el bien. Oh, Tú, victoriosa en tu Inmaculada Concepción, victoriosa con la fuerza de Dios mismo, con la fuerza de la gracia. Mira que se inclina ante Ti Dios Padre Eterno. Mira que se inclina ante Ti el Hijo, de la misma naturaleza que el Padre, del Hijo crucificado y resucitado. Mira que te abraza la potencia del Altísimo: el Espíritu Santo, el Fautor de la Santidad.
La heredad del pecado es extraña a Ti. Eres *llena de gracia* . Se abre en Ti el reino de Dios mismo. Se abre en Ti el nuevo porvenir del hombre, del hombre redimido, liberado del pecado. Que este porvenir penetre, como luz del Adviento, las tinieblas que se extienden sobre la tierra, que caen sobre los corazones humanos y sobre las conciencias.
¡Oh Inmaculada! *Madre que nos conoces, permanece con tus hijos* . Amén (8/XII/1984)
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